Por FT
“Todos se quieren bajar, nadie quiere parar”. Esta editorial no es más que un mirada reflexiva, que invita a interpelarnos, haciendo una analogía de la psiquis argenta a través de un diagnóstico sindrómico, Intentemos elevarnos y abstraernos por un momento de nuestro statu quo. Hay momentos y lugares donde no siempre podemos decir lo que pensamos. Creo que es un ejercicio saludable y requiere de mucha inteligencia emocional. Para algunos, como yo, es más fácil escribirlo. Los invito a explorar tres de las patologías más recurrentes de nuestra cultura criolla, que, por cierto, se acentúan cada vez que en Argentina se discute un modelo de país, de gobierno o de representatividad ideológica. Para entender un poco más, la realidad es una construcción consciente e inconsciente de nosotros mismos y el entorno en que vivimos, así que comencemos…
Uno de los principales síndromes argentos, lo denomino: “el Síndrome del espejo”. Con frecuencia escucho por ahí a personas criticar, señalar hasta incluso insultar a su propio reflejo, pero sin sentimiento de culpa. Es como si yo me mirara al espejo y culpara de todos mis problemas al reflejo. ¿Qué quiero decir con esto? Lejos estamos de ser autocríticos. Es más fácil encontrar responsabilidades en los otros. No digo que no las tengan, pero, en una sociedad equilibrada, todos debemos ser partícipes necesarios de la culpa, ni los políticos, ni los empresarios, ni los empleadores, ni los empleados, ni las castas, ni los outsiders, porque al final del día, no es más que la reflexión especular de nosotros mismos. Para que quede claro, no es la flecha, es el indio. Les doy unos segundos para que lo piensen, sin enojarse… Ahora, ¿entienden por qué el síndrome del espejo?, y cómo todo está conectado.
Otro padecimiento es… “el síndrome de la viveza criolla”… La especulación, la inflación, ¿de dónde creen que sale? Algunos dirán de los formadores de precios, otros de la presión fiscal, de los contribuyentes, de la sequía, del contexto internacional, de las guerras, de los empresarios, de la política, de la informalidad, de la ilegalidad, de las leyes, de las importaciones, del tipo de cambio, de la emisión monetaria, de las reservas, del gasto público, del mercado… probablemente todas son correctas porque, otra vez, todos tenemos agachadas, seguramente con más o menos razones pero agachadas al fin. Es un círculo vicioso que no sabemos dónde comienza y dónde termina, el huevo o la gallina. Vivimos corriendo la línea, estirando la soga, la ventajita, la mondaja, el por las dudas, al límite y al corte. Mi abuelo me enseñó que en la vida siempre hay que ir por el medio, ni por la izquierda, ni por la derecha. Los extremos no son buenos, me decía. Esto no significa ser tibios, sino ser equilibrados. Todo en su justa medida. No por ir más rápido se llega más lejos. Sin prisa pero sin pausa. No hay atajos. La confianza es algo que lleva años construirse y segundos en perderse…
“El síndrome de la opinología” … Opinólogos, todos lo somos pero es importante saber cuál es el límite entre la realidad y la ficción, hasta dónde creernos lo que decimos y que por repetir lo que escuchamos terminamos pensando lo que no pensamos (lindo trabalenguas). Escucho decir por ahí que hay que equilibrar las cuentas, con lo cual estoy de acuerdo. Pero también hay que saber que ese saldo negativo no son sólo números. Son amigos, familiares, hijos, abuelos. SI, TODOS estamos subsidiados, el transporte, combustible, educación, salud, seguridad, energía. Somos un país donde el principal valor es la inclusión y el acceso a las oportunidades, siendo pobres, de media o ricos, sin distinción de clases. Y esto es un dato objetivo, no hace falta irse muy lejos… Paraguay o Bolivia, países donde no existe técnicamente este sistema redistributivo. La pobreza o la riqueza es hereditaria. Por eso es importante la consciencia de clases, no creerse más cuando me va bien ni menos cuando me va mal. Nuestra expectativa de lo que merecemos siempre está sobrevalorada, entonces todo lo q está por debajo es malo, no dudo de que todos queremos vivir bien pero, qué hacemos o qué dejamos de hacer para merecerlo? Porque en la vida, todo tiene un precio. Lo que debemos ajustar es la valoración de las cosas, de lo correspondido, de los derechos y obligaciones como ciudadanos, de la responsabilidad social, la empatía con el otro, el respeto, la tolerancia con el que piensa distinto, la paciencia, la confianza y la templanza porque siempre que llovió, paró.